viernes, 11 de mayo de 2018

Tarde de playa en Manly y Shelly beach

By Sole

Sin querer perder ni un segundo desembarcamos raudamente en Manly. Como era el medio día preferimos comer algo antes de ir a la playa.

En la calle que iba del puerto hacia la playa había varios locales de chucherías, indumentaria para surfers, y restaurantes. Como a la noche no me había sentido bien optamos por unos sándwiches.
  
Calle que iba entre el Puerto y la playa

Yummy
Con el estómago feliz enfilamos hacia la playa que resultó diferente a lo que estábamos acostumbrados, el deporte ocupaba un lugar importante: había varias canchas de beach vóley y sectores exclusivos para surfers.
Para los que no querían estar en la arena había una linda costanera con bancos y “quinchos” abiertos con mesas y asientos protegidos del sol; tampoco faltaban los baños públicos, bebederos y duchas. Todo estaba pensando para pasar el día en la playa.

Caminamos unos metros por la costa, y nos acomodamos en el sector para bañistas comunes. A pesar de estar en un país civilizado y ver que la gente dejaba sus pertenencias y se iba al mar, nosotros seguimos con nuestra paranoia latinoamericana y no nos animamos a dejar las cosas; no creo que haya sido una actitud exagerada considerando que teníamos el celular, la cámara, la billetera y las llaves del departamento! No quedó otra que irnos turnando. El primer valiente en comprobar la temperatura y turbulencia del mar fue Seba. Luego vino el turno de mi chapuzón… el agua estaba limpia pero fría, tal vez no tanto como la costa Argentina, y luego de unos minutos el cuerpo se acostumbraba. En ese sector particular de la playa las olas eran realmente fuertes y si uno se distraía un poco podía quedar fácilmente despatarrado dentro de una violenta ola y perder alguna pieza del biquini. Esa experiencia de pocos minutos nos dejó bien claro el por qué de la popularidad de Manly entre surfistas.

Manly beach

Casi todas las personas que se enteraron que viajábamos a Australia nos habían advertido “cuidado con los tiburones!!!”. Curiosidad mediante, la noche anterior había hecho la correspondiente búsqueda en Google para saber qué tan riesgosa era Manly. Si bien el último ataque fatal había ocurrido en 1936, la última vez que se había avistado uno había sido en enero de 2015 haciendo que la playa permaneciera cerrada por precaución unos 9 días.

Como la combinación sol y arena no es nuestra preferida, y principalmente porque nos cuesta mucho mantenernos mucho tiempo quieto en la playa, enseguida agarramos las mochilas y fuimos en búsqueda de Shelly Beach, ubicada en una pequeña bahía a unos cientos de metros hacia nuestra izquierda. Cuando volvimos a la costanera nos llamó la atención un cartel que informaba que el baño en el mar estaba prohibido las 24 horas posteriores a lluvias fuertes… Según mi amigo Google, cuando el agua caída sobrepasa cierto nivel, el desborde de los drenajes de lluvia y aguas residuales elevan los niveles de contaminación de las playas siendo riesgoso para la salud nadar en el mar. Supongo que las precipitaciones de los días previos no habían sido de tanta magnitud como para provocar esta serie de eventos desafortunados ya que no había indicio de restricciones e incluso los guardavidas estaban haciendo su trabajo en los balnearios.

Conectando ambas playas había un camino costero de material con el mar de un lado y vegetación del otro. Al aproximarnos a Shelly encontramos una “playita” intermedia de piedras que eran usadas para asolearse y de escalinatas naturales hacia el agua. Habíamos leído que en las inmediaciones se podía hacer snorkel y ver pequeños pececillos.

Camino costero

Pileta de piedra y agua de mar

El nadador de la casa bajó en esas piedras y desde ahí se fue nadando los cientos de metros que nos separaban de la playa. No cualquiera nada en esa zona de mar abierto… yo seguí caminando por la costa pasando junto a una pileta de con agua de mar construida entre las piedras, llegando finalmente a Shelly beach. El panorama era bastante diferente a donde habíamos estado antes; al estar encajonada en una bahía más protegida del viento y por tener delante un sector de mar quiescente sin olas era el balneario ideal para ir con niños. Me acomodé entre las madres y pequeños que jugaban con sus baldecitos y palitas mientras que esperaba que "Aquaman" llegara, no es que viniera lento, sino que de camino se había distraído buscando peces.

Shelly beach

Cuando tomó mi posta, hice la segunda zambullida del día en un agua igual de fría pero con algas… Si bien me alejé un poco de la costa, hasta donde no hacía pie pero sin sobrepasar la boya que delimitaba la zona de baño, la búsqueda de cardúmenes fue infructífera. Por más que lo intenté apenas pude ver algunas algas que me dieron bastante asco cuando me rozaron, y un par de buzos que me pasaron por debajo!!! Si había gente buceando, sin dudas algo interesante debía haber… Resultado de la competencia:
  • Observación de peces grises: Seba (por goleada)
  • Hallazgo de buzos: Sole

Nos duchamos, nos secamos un poco y decidimos seguir caminando un rato más antes de regresar al puerto… Lamentablemente la caminata se vio reducida a unos pocos metros porque ni bien nos pusimos en marcha las sandalias playeras de Seba decidieron que era su fecha de expiración!!! De un momento a otro se quedó sin suela… Apenas hicimos un circuito circular de unos pocos metros en la zona donde habita el water dragon –una especie de lagartija de grandes dimensiones-. En esa corta distancia tuvimos la oportunidad de ver varios ejemplares.

Water dragon

Lentamente regresamos a la calle principal de Manly donde no nos costó mucho encontrar ojotas, y un supermercado para hacer un par de cosas básica para la cena, incluidos los infaltables maníes.

Tras el momento consumista del día nos fuimos al muelle a tomar el ferri. Esa vez nos tocó uno más pequeño y rápido que el de la ida, que en apenas 17 minutos y sin pagar ningún extra nos dejó en Circular Quay.

Como queríamos ver el atardecer en la Opera, pero aún era temprano y no teníamos ganas de ir y volver al departamento, nos fuimos a dar una vuelta por el centro que estaba lleno de gente paseando y comprando regalos navideños –no olvidemos que el sábado de la siguiente semana iba a ser 24 de diciembre-.

Cerca de las 19 horas nos sentamos en uno de los bancos que estaban frente al museo de Arte Contemporáneo con una linda vista de la Opera. Ahí mismo hicimos la sagrada “picada de maní” que acompañamos con un ice tea con melón, mientras veíamos el atardecer y disfrutábamos de la brisa marina que fue bajando de a poco la temperatura. Completando la escena romántica, teníamos de fondo la música de “She” (de la banda sonora de Notting Hill) interpretada por uno de los tantos músicos callejeros que había en el área.



A medida que anochecía, paulatinamente había ido cambiando el atuendo de la gente que pasaba caminando. Cada vez había menos individuos con ropa de playa como nosotros (estábamos quedando desubicados), comenzando a predominar los hombres con camisas –en algunos casos incluso combinadas con pantalones de vestir-, y mujeres con vestidos, faldas, grandes escotes y zapatos de taco alto. Había alta producción a la que no estamos acostumbrados a ver salvo en eventos como casamientos o en las hojas de la revista "HOLA".



Entre maníes y observaciones sociológicas sacamos algunas fotos hasta que se hizo la hora de regresar. Como ya estábamos bastante cansados y teníamos ampollas en los pies producto del roce del calzado playero, decidimos tomar el tren que paraba justo en Circular Quay, llegando en pocos minutos a la estación Museum. Caminamos por Oxford Street la media docena de cuadras que nos separaban del studio, observando en esa oportunidad los bares gays y licorerías en plena actividad; era un mundo diferentes al de la mañana.



Luego de una cena frugal nos fuimos a dormir, estábamos agotados!

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