sábado, 14 de octubre de 2017

Gastando zapatillas en Russell y en el Hururu Falls track!!!

By Sole

Con los tickets de regreso en mano desembarcamos en Russell...

Nos encontramos con un pequeño pueblo, muy pintoresco, con casas coloniales y una costanera para caminar o sentarse a la sombra de los árboles en uno de los tantos bancos. Divino! Parecía salido de una novela histórica.






Siendo las 13:00 había hambre… así que fuimos directamente a buscar un take away para comer algo sencillo y rápido! Estando en un pueblo costero que mejor idea que Fish & Chips? Siguiendo la costumbre de los ancestros británicos, cuando uno busca comidas típicas del país justamente se encuentra con este modesto pero riquísimo platillo. Con solo caminar dos cuadras encontramos lo que buscábamos.

Compramos una porción para compartir ($7,5) y nos fuimos a uno de los bancos de pícnic que estaba en un parquecito calle de por medio de la costa. Cuando abrimos el paquete que nos habían dado nos sorprendió que la comida viniera directamente en el papel, sin bandeja; solamente tuvimos que tener un poco más de cuidado del habitual para no hacer ningún desastre…

Todo estuvo bien hasta que apareció una gaviota a pocos metros. Luego apareció una segunda, terminando con una bandada de pájaros alrededor atraídos por el olor a pescado frito. Con miedo de quedarnos sin almuerzo y la imposibilidad de espantar tantos pájaros (por más que hicimos el intento se alejaban unos centímetros y luego regresaban), optamos por desplazarnos unos 100 metros hacia un banco de plaza del otro extremo del parque. Comimos un par de papas (la minúscula porción de pescado ya había desaparecido), y otra vez la situación volvió a repetirse. Mientras uno tomaba un bocado el otro espantaba las aves… Una pesadilla!!! Desde ese momento se ganaron nuestra antipatía.

Voy a hacer un comentario sobre uno de los temas que muchas veces preocupan a las mujeres… baños!!! Justo en el parque, a unos metros de donde estábamos, había baños públicos identificados con los clásicos carteles; primando el sentido común la mayoría eran de mujeres. Con desconfianza mandé a mi “conejillo de indias” a investigar uno de los que tenía un “hombrecito” en la puerta. Minutos después regresó con grandes noticias! Estaban limpios!!! Con esta información fui a inspeccionar los de mujeres quedando maravillada!!! Baño limpio, sin olor, con papel higiénico, jabón y secador eléctrico de manos en funcionamiento, en medio de una plaza, y sin nadie cobrando… algo que ni siquiera sucede en los países que se autodenominan del primer mundo. Sin dudas se ganaron el primer puesto en calidad y limpieza de baños públicos.

Cuando habíamos buscado que se podía hacer en el pueblo, habíamos visto que había dos caminatas muy sencillas de unos 500 metros. Estaba tácitamente entendido que íbamos a hacerlas. Desde donde estábamos fuimos caminando hacia la izquierda, hasta donde terminaba la calle, y tras una cantidad incierta de metros –algunos en subida- llegamos a Kororareka Scenic Reserve. Al inicio del camino notamos un cartel que indicaba la prohibición de ingresar con perros por ser área protegida de kiwis (por lo que leímos los perros son uno de los tantos predadores). A medida que fuimos avanzando nos adentramos en un bosque en el que la humedad ambiente era tal que hasta se sentía en la piel; un grato alivio al calor de fin de primavera intensificado por el esfuerzo de la subida y el pavimento en el que se reflejaba el sol del mediodía. En menos de 10 minutos volvimos a salir a la calle, reencontrándonos con la civilización. Unos metros más adelante nos topamos con la entrada al Nancy Fladgate track. Este minisendero de unos 500 metros discurría por un bosque regenerado –ya en un ambiente más seco que el anterior- terminando en la playa, más precisamente en Waihihi Bay. Ambas caminatas eran muy sencillas, sin desniveles, ideales para iniciar a los niños en el senderismo.


Kororareka Scenic Reserve



Nancy Fladgate track

En 15 minutos estábamos en una playita de escasa extensión delimitada por piedras. Apenas subimos a las rocas para ver que había al otro lado notando la presencia de otra playa de similares características; al estar baja la marea era posible hacer el recorrido costero… pero como esa no era nuestra intención dimos media vuelta y regresamos por donde habíamos ido. En el camino nos topamos con una pareja de pájaros que cruzaban el sendero, en medio de nuestra ignorancia evaluamos la posibilidad de que fuesen kiwis. “Cómo se ve un kiwi?” Nos preguntamos… “Sera como la fruta pero con plumitas…”, supusimos. Como pudimos les sacamos un par de fotos para después comparar con las de Internet, descubriendo con mucha decepción que apenas se trataba de un rascón weka (Gallirallus australis).




Con los minutos casi contados volvimos al muelle a tomar el ferry de las 15 horas. Al igual que los choferes de micro, los “capitanes” de los ferris eran multitasking… el mismo hombre chequeaba los tickets, desamarraba la embarcación y estaba a cargo de su navegación, como si se tratase de un colectivo.

Tras desembarcar en Paihia emprendimos la caminata a las Haruru Falls; uno de los hiking que teníamos previstos en la ciudad. Fuimos caminando por la costa hasta la desembocadura del río Waitangi. A diferencia del día previo esta vez cruzamos el puente, dejando atrás Paihia y entrando en Waitangi. Esta zona tiene gran importancia histórica ya que fue el lugar donde se firmó la declaración de la Independencia de Nueva Zelanda por parte de los jefes maoríes en 1835, y cinco años más tarde el tratado de Waitangi entre estos y el representante de la corona británica. Es interesante remarcar que había dos versiones del documento, una en maorí donde se aceptaba la permanencia de los británicos con la protección por parte de la corona, y una en inglés, en la que los originarios se sometían a la reina a cambio de la protección de la misma. A pesar de estas discrepancias, por no decir engaño por parte de los ingleses, se lo considera un documento fundacional del país. Justamente una de las atracciones de la localidad es el “Treaty Ground” que engloba el Museo de Waitangi, la Treaty House con una réplica del tratado, una típica casa maorí en madera tallada, y una de sus canoas de guerra más grandes. Como no nos generaba el interés suficiente, seguimos de largo y decidimos invertir el dinero de la entrada en otra cosa.

Caminamos unos 300 metros por la calle que corría entre el Treaty Ground y el Waitangi Golf Club; justamente junto a la entrada del campo de golf estaba el inicio del sendero a las Haruru Falls. Este era de 5 kilómetros, con un tiempo estimado de una hora y media cada trayecto (o sea, 1:30 horas para ir, y 1:30 horas para volver).



A pesar de estar cansados iniciamos el recorrido a un buen ritmo. En el primer tramo nos encontramos con un bosque con algunos árboles que parecían palmeras y helechos al mismo tiempo; no podíamos definir a que familia pertenecían. El ambiente, diferente a otros en los que hubiésemos estado, y la falta de desniveles hicieron que la caminata fuese muy agradable. Cruzamos el río Waitangi por un puente muy pro que se continuaba con un entarimado que recorría una zona de manglares.

Helecho o palmera???

Río Waitangi

Manglares

Hagamos un stop acá para ponerlos en tema… qué son los manglares? Entre la información de los carteles y alguna que otra cosa que leímos, les cuento que ahora sé que son bosques pantanosos con unas pocas especies que se caracterizan por tolerar condiciones extremas de salinidad y bajas tensiones de oxígeno en el agua y el suelo. Eran muy curiosas las raíces verticales ascendentes que sobresalían del agua como pequeños tronquitos; según el nivel de la marea suelen estar cubiertas en mayor o menor medida por el agua. Nos pareció super interesante, nunca habíamos visto nada igual.

Luego, el sendero comenzaba a correr paralelo al río –en algunos sectores era más visible que otros-, cambiando otra vez el paisaje, y aumentando notablemente la presencia de aves. Nos llamaron mucho la atención un par de árboles que estaban llenos de pájaros de gran tamaño, dispuestos en parejas junto a sus nidos. Consulta mediante a un biólogo que sabe muchísimo de animales, hoy sabemos que se trataba de ejemplares de cormorán de Macquarie (Leucocarbo purpurascens). Como podrán imaginar fuimos haciendo varias paradas atraídos por las curiosidades de la naturaleza con las que nos fuimos cruzando.



Luego de caminar durante una hora y diez minutos llegamos a una bifurcación optando por la opción que iba hacia las cataratas en lugar del estacionamiento… también se podía llegar a las cataratas con un mínimo esfuerzo dejando el auto ahí y caminando apenas unos metros. Un par de minutos después estábamos frente a las “cataratas”. Creo que mis expectativas eran demasiado altas haciendo que al llegar y estar frente a las “falls” me decepcionara un poco. Las cataratas en sí estaban bien, con una caída de agua interesante en forma de herradura con una extensión de unos 10 a 15 metros, y unos 5 de altura; salvo que uno visite las cataratas del Iguazú o Victoria no espera encontrarse con algo maravilloso. Lo que sí me resultó decepcionante fue el puente que había a muy pocos metros del agua, los reflectores y todas las construcciones de los alrededores que las ponían en contexto de la civilización. De hecho, de la costa de enfrente a la que estábamos había varias casas con parques con vista a la caída de agua. En este caso el recorrido valió 100 veces más la pena que el destino.



En esta que tomamos prestada de la web se ve el puente

Nos sentamos en unas piedras y comimos unas Belvitas de chocolate mirando las cataratas mientras tomábamos fuerzas para regresar… con energías que no sé de donde sacamos, en pocos minutos ya estábamos transitando el mismo sendero en sentido contrario. Esta vez al cansancio sumado al malestar de la espalda de Seba –su punto débil- hicieron que tardemos un ratito más que a la ida, y que literalmente nos arrastráramos los casi dos kilómetros que separaban el inicio del sendero del hotel. De camino paramos para sacar unas fotos de varios tótems maoríes que estaban en un parque, y comprar unas bebidas en una despensa.



Agotados, regresamos al motel donde nos regalamos un rato de descanso y una picadita pre cena con los infaltables maníes acompañados de una Ginger Beer Bundaberg. Por más que beer o cerveza en general haga referencia a la bebida alcohólica de cebada fermentadas, en este caso se trataba de una gaseosa sin alcohol hecha a base de raíces de jengibre y azúcar fermentado por levaduras. Por lo que me leímos es una bebida muy popular en Reino Unido y sus colonias creada en Yorkshire (Inglaterra) a mediados del siglo XVIII. Con los días fuimos descubriendo en los sucesivos supermercados otras marcas y versiones light.



Nos bañamos y concluimos el día con una clásica ensalada de vacaciones de tomate, zanahoria, pepino y atún (ingrediente fundamental cuando el alojamiento no tiene aceite). A las 10 de la noche ya estábamos en la cama…

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